sábado, 7 de febrero de 2015

Las actrices porno también leen

Dice Kiko Amat en la entrevista a la actriz porno Amarna Miller publicada en esta misma revista hace unas semanas que la chica le parece una persona «articulada» con «intereses variados» más allá del «fornicio». Es decir que Amarna lee. Esto de las actrices porno que leen va camino de convertirse en un cliché del marketing más sobado que el del bifidus de los yogures.

Me pregunto por qué extraña razón creen algunas personas que el hecho de leer aporta un plus de respetabilidad. De hecho, el tópico del interés por la lectura es solo la patita falsamente amable que asoma por debajo de la puerta de un prejuicio paternalista de los de toda la vida: el de que existen personas y profesiones de segunda que necesitan ser tocadas con la varita mágica de la cultura para ganarse el prestigio del que carecen de forma natural. Sasha Grey no es una conocida actriz porno, es una conocida actriz porno que lee cosas. Cosas profundas de la muerte. Filosofía existencialista y tal. Otro que tal es Guardiola. Guardiola no es el entrenador de fútbol más influyente de la última década, un título con el que se conformaría el 99,99% de los mortales, sino un entrenador de fútbol que lee poesía. Por no hablar de nuestros políticos, cuyas supuestas lecturas veraniegas son escogidas por un comité de asesores y consejeros en función de la imagen que desean transmitir en ese momento, generalmente la de un contable de provincias con las oposiciones aprobadas. «¡No, por dios, Christopher Hitchens no! Di mejor que estás leyendo algo de Azaña». Azaña es muy socorrido: sirve tanto para los meapilas analfabestias de la derecha como para los cejijuntos resentidos de la izquierda.

Lo cierto es que a nadie le importa un comino si Sasha Grey o Guardiola o Rajoy leen o no leen. Porque leer, como conducir, lo hace hasta el que casca las nueces con el iPhone. ¡Como si lo importante fuera leer, que es algo para lo que te dan el carnet a los cinco años de edad, y no lo que haces luego con esas lecturas!

Puestos a elaborar rankings de actividades humanas más o menos exquisitas, hagámoslo objetivamente y no basándonos en supersticiones. La siguiente es una lista de tareas de todo tipo ordenadas de mayor a menor dificultad en función del tiempo de estudio que hay que dedicarle al asunto para llevarlo a cabo con más o menos éxito.

1. Escuchar música, follar (cero segundos).

2. Rascarse en el punto exacto en el que te pica (uno o dos segundos).

3. Enroscar bombillas, colgar un cuadro en la pared sin derribarla (un minuto).

4. Conducir (quince horas).

5. Leer en voz alta sin tropezarte con tu propia lengua (cien horas).

6. Escribir novelas, dar mítines y sermones (doscientas horas).

7. Cocinar (mil horas).

8. Operar a corazón abierto, componer sinfonías (cinco mil horas).

9. Escribir claro (diez mil horas).

10. Entender lo que se lee (veinte mil horas).

Los mandriles y los asistentes al Festival Internacional de Benicàssim disponen de la inteligencia necesaria para dominar los puntos 1 y 2 casi a la perfección. La inteligencia de un niño se sitúa en el nivel de las actividades 3, 4 y 5. La de un adolescente, en el nivel 6. La de un casado, en el 7. La de un ser humano, en el 8, 9 y 10.

Hay un momento divertido en la entrevista de Kiko Amat. Empiezan a llegar los primeros comentarios de los lectores, bastante moderados para lo que es habitual en esta casa, y Amarna pide las sales. «Alucinando con la cantidad de haters en los comentarios de la entrevista para Jot Down», dice la actriz en su Twitter. Y remata: «Me resulta curioso. Nunca había sentido tanto odio junto».

Que una actriz de cine porno diga que los comentarios de una revista cultural le parecen agresivos es como para replantearse de cabeza a rabo el esquema de la realidad. Puedo imaginarme a las redactoras de Jot Down meditando meterse en el porno para conseguir ¡al fin! un poco de paz y tranquilidad en sus vidas: «Como lea un solo comentario sarcástico más en mi artículo sobre las categorías funcionales del ámbito oracional en la obra de Virginia Woolf, me follo a veinte gordos puestos en fila india».

Igual a Amarna le interesa conocer lo que escribió en 1847 el filósofo danés Søren Kierkegaard en su diario:

Existe una forma de envidia de la que me he encontrado ejemplos con frecuencia y mediante la cual un individuo intenta conseguir algo por el método de la intimidación. Si, por ejemplo, llego a un lugar donde hay varias personas reunidas, sucede con frecuencia que alguna de ellas se levanta en armas contra mí empezando a reír; presumiblemente, ese individuo se cree que es un representante de la opinión pública. Pero, en cualquier caso: si yo le hago un comentario, esa misma persona se vuelve infinitamente flexible y servicial. Básicamente, esto me dice que esa persona me considera como alguien importante, quizá más importante de lo que soy en realidad. Si esa persona piensa que no va a ser admitida como participante de mi grandeza, entonces al menos se reirá de mí. Pero en cuanto la invito a participar, se convierte en mi defensora. Así es vivir en una comunidad insignificante.

Siete años después, Kierkegaard vuelve a escribir sobre la figura del hater, cuya psicología y manera de pensar continúa siendo tan previsible hoy como lo era hace dos siglos:

Mostrándome que no les importo, o dándole importancia al hecho de que yo sepa que a ellos no les importo, están demostrando dependencia. De hecho, me están demostrando respeto por el método de no demostrarme respeto en absoluto.

Un hater no es más que un fan desconsolado a la búsqueda de tu atención. Esto es así.

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