“Ya no eran trozos de pelo los que estaban en el suelo. Eran sentimientos, ilusiones, amores inconclusos y una amarga realidad.”
Cuando tenía alrededor de 15 años comencé una relación con mi mejor amigo. Al principio, como todo, la relación marchaba de excelente forma. Llegué a pensar que él era el amor de mi vida, pero con el paso del tiempo, las cosas cambiaron de una manera sorprendente. Ya no éramos los mismos que fuimos 3 años atrás.
En el tiempo que estuvimos juntos tuvimos momentos magníficos, sí. Pero sobre todo tuvimos momentos tormentosos. Esto fue lo que hizo que la relación llegara a su fin. Hasta ese momento, nunca me había dado cuenta de que mi imagen reflejaba tantas cosas y sentimientos que guardaba en mi interior. Durante el proceso de duelo, observé en mi rostro el dolor. Y en esa época fue cuando decidí cortarme el pelo, sin saber la importancia que esto tendría para mí.
Cuando me miré en el espejo, vi a alguien nuevo. A partir de ese momento, cambié mi forma de ver las cosas. Una vez superada su partida, decidí dedicarme tiempo a mí misma. Tiempo en el que mi melena volvió a crecer. Tiempo en el que estuve soltera y feliz, y en el que, sin darme cuenta, no volví a cortar ni un sólo centímetro de mi cabello.
Volví al mundo de las citas y conocí a un hombre. Fue todo muy rápido. Desde que nos conocimos, comenzamos a tener un sinfín de citas e infinidad de mensajes de texto. Me enamoré de él, pero tenía miedo de ser lastimada de nuevo, y eso afectó más de lo que jamás hubiese imaginado a la posibilidad de emprender una nueva relación: él decidió alejarse de mí.
Cuando me di cuenta de que lo había perdido, decidí volver a por él, pero ya era demasiado tarde. Él ya tenía a alguien a quien dar el amor que yo no quise recibir.
Sin pensarlo, volví a hacerlo. Nuevamente corté mi cabello. Pero en esta ocasión sabía lo que hacía. O mejor dicho, por qué lo hacía. Ahí estaba yo, frente al espejo. Viendo caer trozos de mi cabello. En mi rostro se reflejaba una sonrisa falsa. En mi estómago ser armaba una revolución de sentimientos amargos y dulces al mismo tiempo. Pasaron unos cuentos segundos en los que mi mente se quedó en blanco. Cuando por fin terminé de cortar mi cabello, me puse en pie y agaché la mirada.
Ya no eran trozos de pelo los que estaban en el suelo. Eran sentimientos, ilusiones, amores inconclusos y una amarga realidad. Me di cuenta de que para mí, la partida de alguien era la tijera que cortaba la ilusión.
Afortunadamente, me recuperé. De momento no he vuelto a cortarme el pelo, y no sé cuándo lo haré. Sólo espero que el día que me lo corte de nuevo, alguien me coja de la mano y me acompañe a hacerlo.
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