martes, 10 de febrero de 2015

14 Joyas

La música nunca ha necesitado de imágenes para ser efectiva, los motores que alimenta ni siquiera requieren que la retina participe en el proceso. Pero la llegada de las pantallas a nuestras vidas propició el nacimiento del videoclip como arma publicitaria y con los años como objeto de adoración. Porque unos cuantos locos, atrincherados y camuflados en el engranaje promocional, a veces se ponen detrás de las cámaras y deciden crear pequeñas maravillas que bailen acompañando a las melodías. Historias de ciencia ficción, fábulas en tres minutos, experimentos silenciosos, coreografías increíbles o chistes desatados. Lo fantástico de todo esto es que los límites se encuentran solamente en las capacidades de los realizadores.

En 2014 hemos tenido de todo: la dentadura clavada en el suelo del «Work work» de clipping. El art attack de Liars. A Los Punsetes persiguiendo a un hombre piñata para sacarle las entrañas. Paramore grabando un clip en el que rompen varios récords Guinness absurdos (incluyendo el de mayor número de récords obtenidos en un videoclip). A un grupo de japoneses trajeados volviéndose completamente locos y desatando demonios con Queens of the Stone Age. A Berri txarrak combinando animación con metraje añejo. Y baile, muchísimo baile.

Hacer una lista significa no ponerse nunca de acuerdo con todo el mundo. Pero todas las que siguen a este texto son obras que tienen algo. Olvídense durante un rato de las ausencias y disfruten de la belleza de un baile liberador en un funeral, de lo absurdo del perreo-kung-fu, de lo imposible de un batallón de paraguas coordinado. De los locos que siguen tomándose el videoclip muy en serio.

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canthelpmyself

Brodinski – «Can’t help myself»

Director: MEGAFORCE.

El cuarteto de cabezas en ebullición que forman MEGAFORCE estuvo ocupado durante el año rellenando franjas publicitarias con piezas como la descacharrante voltereta de tortilla al slasher que era aquel anuncio para Giffgaff. Pero sacaron algo de tiempo para firmar «Can’t help myself». Un túnel eterno como puerta a una ciencia ficción líquida de tinta en sprint continuo, un cuento fantástico en cuatro minutos.

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neversaynever

Basement Jaxx – «Never say never»

Director: Saman Kesh.

En los últimos meses un batallón de cejas han hecho la ola al contemplar a Kim Kardashian enseñando la línea de flotación, a Nicki Minaj publicando aquel infame videoclip en el que Drake pone cara de pensar en ecuaciones mientras ella lo poligonea, a Jennifer Lopez contraatacando con su propio escuadrón de culos, a la revista Vogue declarando que estamos en la era del culete y a The New York Times dedicándole un texto al tema y de paso haciendo pública la palabra belfie (un combo de butt y selfie). Toda esta celebración contemporánea y ramplona de las nalgas como parque de atracciones ha logrado que el añejo «I like big butts» de Sir Mix-A-Lot (que Minaj samplea salvajemente) acabe pareciendo una pieza de arte y ensayo. Y por si fuera poco ahora todos sabemos que mover la trasera hasta que el aro del culo se nos suba a la garganta es un baile sensual llamado twerking.

Entre tanto despropósito afloraron un par de recochineos. Por un lado el tétrico videoclip de Arca para el tema «Thievery», dos minutos y medio dirigidos por Jesse Kanda en los que una perturbadora figura cgi intentaba animarnos la vista, o el baile sexy de un uruk-hai en una noche loca. Y por otra parte el triunfo de Basement Jaxx al sacarle partido a las sacudidas cárnicas de posaderas y mutarlas hacia la sci-fi retorcida: en un futuro en el que la humanidad parece estar condenada a dejar de bailar la gran esperanza se halla en un proyecto científico revolucionario, el twerking-bot.

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stayawhile

She & him – «Stay awhile»

Director: Canada.

O la verdadera utilidad del amigo imaginario reciclado en bailarín o el hombre invisible haciendo que media civilización se muera de envidia al marcarse unos pasos con Zooey Deschanel.

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doyou

Spoon – «Do you»

Director: Hiro Murai.

Hiro Murai propone conducir entre el Apocalipsis desatando y desenfocando el caos en un segundo plano a través de las ventanas de un taxi conducido por el Britt Daniels de Spoon. Y cuando ya estás metido de lleno en su juego hace como Carlos Vermut en su cortometraje Maquetas y te la clava sin avisar en el último segundo.

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Turn down for what

Dj Snake, Lil Jon — «Turn down for what»

Director: Daniels.

El concepto de «perrear», que hayamos llegado a eso en la pista de baile debería de darnos pistas sobre nuestro destino como especie porque comportarse como chuchos en celo se encuentra en las Australias de la elegancia. El consuelo es que con «Turn down for what» los dos tocayos que componen Daniels han filmado la The Raid del perreo. Una recuperación de la idea de que «bailar» es contagioso que ya ofrecía aquel genial «Push the Tempo» de Fatboy Slim tan pasada de revoluciones como para que el WTF se le quede corto. Un combate de braguetas humeantes que derriten caras y tetas de carga pesada capaces de disparar uppercuts. Un puto desmadre.

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sleepsound

Jamie xx – «Sleep Sound»

Directores: Sofia Mattioli y Cherise Payne.

«Music is a medium formed by silence and sound» es la frase que antecede a este clip que en realidad es un experimento hermoso. En un viaje en tren la artista Sofia Mattioli se entretenía escuchando música cuando una desconocida se le acercó cantando y le entregó una nota. La desconocida resultó ser una chica sorda que llevaba cierto tiempo contemplando a una Mattioli absorta por lo que ocurría en sus auriculares. Y en la nota explicaba que a pesar de su sordera había sido capaz de sentir la música al observar como Mattioli reaccionaba al escucharla. Aquella anécdota se quedaría enterrada en la memoria de la artista londinense y se convertiría en la semilla de algo que ocurriría cierto tiempo después: la memoria desenterraría el recuerdo de ese encuentro escuchar el «Sleep Sound» de Jamie xx, y entonces Mattioli decidiría que necesitaba llegar más allá.

Las imágenes que bailan junto a «Sleep Sound» son el resultado de la colaboración entre la artista y The Manchester Deaf Centre, trece personas sordas bailan junto a Mattioli utilizando como referencia las vibraciones de la música y a la propia artista. ¿Es posible sentir la música? Aquí tenéis siete minutos que responden con rotundidad a esa pregunta.

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shesbad

Dye – «She’s bad»

Director: Dent De Cuir.

Una idea tan sencilla como combinar la narración agujereándola con documentales de animales ejecutada con mucha gracia. E incluyendo una felación caníbal que es algo que siempre da color.

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grabher

Disclosure – «Grab her»

Director: Emile Sornin.

Solo hay algo peor que un gilipollas que no se da cuenta de su propia naturaleza, un gilipollas con superpoderes que no se da cuenta de su naturaleza. Que luego el individuo en cuestión tenga un cargo importante en la empresa ya puede ser el detalle que más se aleja de la fantasía.

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highroad

Mastodon – «High road»

Director: Roboshobo.

Es hora de desenvainar el acero y perforar las entrañas enemigas, de teñir los campos de batalla con la sangre del adversario, de entrenarse junto a un nonagenario para ascender entre los cuerpos de guerreros caídos en combate y proclamar la victoria sobre el bullying. Es la hora del rol en vivo.

Dato: Red Fang un tiempo atrás ya se había echado unas risas con el tema del LARP en «Prehistoric dog», pero su vídeo contenía una mayor proporción de cervezas, armaduras creadas con latas de cervezas, vómitos, amateurismo y mala leche.

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Peppermint_

Julio bashmore – «Peppermint»

Director: Noah Harris.

Dios en versión electro-palmero. Y una maravillosa animación stop motion que incluye diva de labios dorados.

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nevercatchme

Flying Lotus feat. Kendrick Lamar – «Never catch me»

Director: Hiro Murai.

Una de las tareas más complicadas para un narrador es combinar la tristeza y la alegría en un mismo instante porque ambas emociones son por definición bastante antagónicas. Un funeral es el último lugar que alguien elegiría como escenario para un videoclip y una pareja de niños fallecidos son los últimos protagonistas posibles. Por todo eso Murai sale coronado al filmar este indispensable «Never catch me». Una fabulosa, bella y a la vez tristísima, escapada final.

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chandelier

Sia – «Chandelier»

Directores: Sia y Daniel Askill.

El videoclip le ha prestado especial atención a la danza durante todo el año pasado. Del divertido plano secuencia de Kiesza para su «Hideaway», a las contorsiones de gente en pelotas en el «Adolfo suicide» de Nacho Vegas visitando durante el camino cosas como la retromovida que se marcaba Blood Orange o las chicas de Haim. En 2014 el medio ha sido completamente invadido por numerosas tropas bailarinas que anteponen la espectacularidad coordinada del paso de baile al efectismo narrativo. Y entonces llegó aquella Maddie Ziegle, una prodigiosa bailarina de doce años, desbocada entre habitaciones vacías y arrasó con todos.

Sia intentó repetir la jugada en estos despertares del 2015, pero añadiendo a Shia miradme-soy-arty LaBeouf a la fórmula de niña bailarina en el vídeo oficial de «Elastic heart». El resultado no solo se antoja mucho menos brillante que su predecesor, sino que trajo consigo una polémica excesiva por parte de aquellos que vieron en las imágenes una insinuación de maltrato pedófilo. Sia tuvo que disculparse al mismo tiempo que aseguraba que la gente no había entendido el mensaje. Y no, no lo habían hecho.

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downonmyluck

Vic Mensa – «Down on my luck»

Directores: Ben Dickinson.

Atrapado en el tiempo creó una escuela cuyo alumnado juega a retorcer la idea, o a mudarla de escenario, de Star Trek: The Next Generation a Expediente X, pasando por Al filo del mañana, Xena, Código fuente, Buffy cazavampiros o Stargate SG-1, unas cuantas obras de ficción utilizan el loop como base de operaciones para juguetear con la propia repetición. El Down on my luck de Vic Mensa reubica la idea de un día de la marmota en una noche fiestera que arranca con un Whatsapp y tiene un porro como recompensa final.

No era el único que en 2014 se encalló en un bucle, otro rapero entraba y salía de una cafetería en algo que parecía una versión de Atrapado en el tiempo pero acababa convirtiéndose en un Cómo ser John Malkovich: se trataba de Childish Gambino con sus «Sweatpants». Quizá lo más asombroso de tanto replay es comprobar que la idea nos sigue entreteniendo a estas alturas.

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iwontletyoudown

Ok Go – «I won’t let you down»

Directores: Kazuaki Seki y Damian Kulash Jr.

El día que los chavales de Ok Go se sienten en una mesa y digan «Vale, no se nos ocurre nada para el nuevo videoclip» toda la industria del vídeo musical puede salir por la puerta, echar el cierre al portón e irse tranquilamente silbando con la seguridad de que ya se ha hecho todo. Porque Ok Go son el único grupo que con cada clip hace creer que han colocado un listón inalcanzable, hasta que lo dinamitan con el siguiente. En 2014 presentaron su «The writing’s on the wall» armando un ingenioso y retorcido montaje de ilusiones ópticas en un único plano completamente virgen de fx por ordenador. Pero meses más tarde llegaría «I won’t let you down» y se convertiría en la coreografía más espectacular del año, independientemente de cuál fuese el año. Vehículos unipersonales (Uni-cub se llama el aparato) como herramienta de baile, un ejército de azafatas orientales armadas con paraguas, un drone con cámara y sobre todo la sensación continua de «¿Cómo coño han podido hacer esto?» creciendo según avanza la performance increíble. Una colección infinita de comentarios en YouTube discutiendo la viabilidad de la empresa, un plano final que colecciona bocas abiertas.

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sanctified

Bonus track no oficial:

Rick Ross (feat Kanye West, Big Sean) – «Sanctified»

Director: Jesse Hill.

Un tal Jesse Hill reimagina el «Sanctified» de Rick Ross, Kanye West y Big Sean montando un vídeo no oficial que utiliza únicamente emoticonos del Whatsapp. De manera inexplicable se gana los aplausos del público y la crítica.

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asheardontheradio

Bonus track de entre los muertos:

2manydjs – «As Heard on Radio Soulwax Pt. 2»

Directores: Glyn Peppiatt, Lewis Kyle White y Laurie Hill.

«As Heard on Radio Soulwax Pt. 2» fue concebido en 2002 y era una locura de 2manydjs (o Soulwax, The Flying Dewaele Brothers, The Fucking Dewaele Brothers o como se quieran llamar los dos hermanos belgas locos estos) en la que se atrevían a mezclar y cruzar de todo formando una ensalada bailable de una hora. Ese corte daba origen de manera oficial al género del bastard pop o mash-up, una presunta blasfemia musical que combina dos o más temas, por opuestos que parezcan, generando un vástago bastardo. Tras batallar por los derechos (y no obtener los de más de la mitad de las pistas que 2manydjs pensaban utilizar inicialmente) «As Heard…» fue comercializado en un disco en el que incluso su portada era un acto de apropiacionismo: una foto de Elton John mandado a la mierda a las gentes tuneada con una bolsa de papel. Hasta que llegó el fotógrafo original de aquella estampa y dijo que ni se les ocurriera pervertir su trabajo. ¿La solución? sacar una portada alternativa recubriéndolo todo con Tipp-ex menos la bolsa.

Doce años después, y tras veinticuatro entregas de lo que esa pieza inició, aquel fanfarrón ejercicio de remezcla infinita es resucitado por sus creadores en forma de videoclip. En 2014 un grupo de animadores se enclaustran para hacer bailar a las portadas de los discos mancillados. El resultado no es un clip de animación exquisita, pero sí una maravillosa reverencia a un Frankenstein rompepistas que tiene la osadía de poner a cantar tanto al Copito de Nieve de Basement Jaxx como a la vagina de Peaches.

sábado, 7 de febrero de 2015

183 años poniendo la bandera de Bélgica al revés


Todos recordamos alguna escena de películas o series en la que alguien cuelga un cuadro al revés por error. Es una situación manida, pero nos encanta regodearnos en el escándalo del autor cuando lo ve y en el bochorno del empleado inexperto que se deshace en disculpas —aunque sigue pensando que la obra no cambia mucho por estar colocada en un sentido u otro–.
Algo parecido ha pasado en Bélgica hace poco, solo que no se trataba de una obra de arte abstracto sino de su bandera nacional —nada menos—, y los que han experimentado ese «tierra, trágame» han sido todos los ciudadanos de un país (o, al menos, los que no conocían la historia de cómo nació su estandarte).

Resulta que en el artículo 193 de su Constitución pone lo siguiente:

«La nación belga adopta los colores rojo, amarillo y negro; y como escudo nacional, el león belga con la leyenda “La unión hace la fuerza”»

El orden de los colores parece claro, pero lo cierto es que el que se está utilizando es justo el contrario: negro, amarillo y rojo. ¿Un error de comprensión lectora? Parece que no. Según explicó el experto en Derecho Constitucional Jogchum Vrielink al periódico De Morgen, cuando la bandera nació en 1830, los colores se ubicaron en el orden correcto y en posición horizontal. Fue en enero de 1831 cuando estos se dispusieron verticalmente, no por error, sino como resultado de una decisión consciente que perseguía el objetivo de diferenciar la bandera de la del antiguo invasor holandés. Además, decidieron poner el color más oscuro en el mástil «por motivos heráldicos». Pero, después de estas resoluciones, no se modificó la Constitución en pro de la coherencia (ni parece probable que vaya a hacerse, según asegura el experto).

El asunto puede preocupar a los que se tomen los textos legales al pie de la letra. Porque colgar una bandera al revés tiene una serie de significados negativos reconocidos internacionalmente: la rendición ante una potencia extranjera, el aviso a tropas amigas de un secuestro o motín para que no se acerquen, la solicitud de auxilio ante amenazas de terrorismo, la protesta ante un ataque contra los derechos humanos en ese país… Si la bandera al revés la muestran ciudadanos u organizaciones, es interpretada como una muestra de que repudian a esa nación (un insulto similar a la quema de banderas).

En este artículo se explican varios casos de banderas que fueron colgadas al revés (accidentalmente… o no), y algunas otras curiosidades relacionadas con pabellones: ¿sabías, por ejemplo, que la bandera de Filipinas invierte sus colores cuando el país está en guerra?

Pero volvamos a Bélgica. Aunque la anécdota ha salido a la luz hace unos pocos meses, no parece que vaya a traer consecuencias oficiales: el orden de los colores de su bandera sigue siendo negro, amarillo y rojo, diga lo que diga su constitución. Lo que es cierto es que Bélgica es el único país cuya bandera no sigue al pie de la letra lo dictado en su Constitución.

¡Qué suerte la de los países con banderas «capicúas», que no tienen que enfrentarse a estos problemas!

Haterismo II

El hatero, ese ser que cree ser el incomprendido, la falsa consciencia que le dice tu eres diferente. Mediante esta frase me gustaría reflexionar en la tormenta de la grandeza que esto supone.

El ser que odia, odia todo aquello que es similar, que se parece. Este individuo huye de lo que hacen el resto de las personas en sus vidas cotidianas, no sólo esto sino que este tipo de individuos lo único que le mueve es la diferencia entre unos y otros; a pesar de que sea negativa o positiva esta forma de afrontar el día a día.

Es normal que todas las personas quedamos diferenciarnos unas de otras, es lógico que no todos tenemos los mismos gustos o las mismas pretensiones. Sin embargo, no estamos reflexionando en este momento sobre los gustos de una persona o otra, sino que, existen individuos que tienen una preferencia por alguna actitud en la vida, algún objetivo, una forma de afrontar su realidad propia. Cuándo esta persona observa en la sociedad que una mayoría tiene la misma o parecida percepción de su realidad, intenta cambiar aún a pesar de que para él es magnífica esa manera de afrontar el día a día.

Esta reflexión, me gustaría comentar porque la veo cada vez en mayor medida en nuestra sociedad creo que es una etapa de la vida, en la que pensamos ser únicos y destacar sobre los demás, diferenciarnos en algo que nos haga populares en algo que nos haga ser recordado durante mucho tiempo. Mi reflexión hoy en día, es que, uno puede diferenciarse o puede parecer que se diferencia el solo dentro de la sociedad, sin embargo, lo único que es valorable es que detrás de esa persona esta una educación, están a unos amigos, esta una familia, está un trabajo; todos los los días trabajamos de alguna u otra manera.
En mi forma de ver las cosas, debemos de apoyarnos untar ideas, juntar proyectos, trabajar conjuntamente y sobre todo respetar; porque a pesar de que nos queramos diferenciar, lo único cierto que hay en todo es que pensamos de una forma u otra. Pensamos y esta es la clave para progresar, tanto en nuestro pensamiento, como en nuestra actitud de abarcar todos los parámetros de nuestra vida. Puede ser diferente el razonamiento, no importa porque a veces podemos llegar a sorprendernos de las personas que nos encontramos en la vida.

Muchas veces no nos damos cuenta pero detrás de un gran trabajo no soy una persona, hay millones de personas, porque a lo largo de nuestra vida hemos sido estimulados por todo lo que nos rodea en mayor o menor medida (la sociedad las ciudades en las que has vivido, los amigos que has hecho, los museos que has visitado, etc.).

Llegado a este punto, me paro a pensar en las malas experiencias que hayas tenido en la vida que te han hecho aprender ciertas formas de salir vivo de diferentes e incontables situaciones. Con esto, no quiero decir que todo lo que hayamos aprendido, que todo lo que nos podemos parecer unos a otros, que todo lo que nos diferenciamos sea por las malas experiencias,  sino por como hemos sabido reconducir cada uno de nosotros, tanto las experiencias buenas, cuando las hemos tenido como las experiencias desagradables.

Mi consejo hay que ser paciente siempre, no tomar decisiones precipitadas, ni abrir la boca demasiado, porque al fin y al cabo el tiempo da la razón. Con esto, no quiero decir que estés sentado en el sofá de tu casa jugando a la play, te digo que te muevas, que te levantes, que busques y que luches por tus ideales con una organización para poder cumplir tu objetivo de una manera aceptable y acorde con tus recursos, respetando a la gente que te rodea porque ellos no tienen porqué pagar tu incoherencia.

Haterismo


Si hay una emoción que no podemos controlar por su carácter irracional es el odio, que la mayoría de las veces viene acompañado de ira, rabia y agresividad. Podemos sentir odio hacia algunas cosas que se traduce en una sensación de repulsión, pero el odio más dañino es que el que sentimos hacia otras personas. Como cualquier sentimiento, los mecanismos del odio son muy difíciles de desentrañar, pero conviene reflexionar hasta qué punto nos limita esta emoción en el desarrollo de nuestra personalidad.

Las causas que producen el odio

La causa más frecuente de que aparezca el sentimiento de odio es la respuesta a una agresión. En ocasiones nos sentimos dañadas por otras personas, agresiones que no tienen por qué ser físicas, pero que a veces también lo son. En ese momento pasamos a considerar a esa persona como un enemigo que nos está atacando y la respuesta inmediata es el odio.

Todas aquellas personas con una baja autoestima acostumbran a albergar sentimientos de odio, porque se sienten atacadas más fácilmente que las personas seguras de sí mismas. La inseguridad y sentirse inferior a los demás son fuentes generadoras de odio en nuestras relaciones sociales. Conviene por tanto, mejorar esos aspectos de nuestra personalidad, si es necesario con ayuda profesional que nos enseñe a canalizar nuestras inseguridades sin sentir odio hacia otras personas.

Las consecuencias de sentir odio

Es cierto que el odio es un sentimiento natural, pero no por eso es menos perjudicial para nuestra salud tanto emocional como física. Se trata en todo caso de una emoción negativa que puede repercutir en nuestro estado anímico hasta hacernos caer en una depresión. Además, el odio está relacionado con algunos problemas de salud, como el insomnio, el estrés, la ansiedad y debilita considerablemente el sistema inmunitario.

La relación amor-odio

Para evitar estos riesgos para la salud es evidente que tenemos que deshacernos del odio, pero no resulta fácil, pues se trata de un sentimiento innato con el que nuestro cerebro reacciona frente a una agresión. Además, el odio se genera en el mismo punto del cerebro donde se produce el amor, de ahí la dificultad que tienen muchas parejas para distinguir si se odian o se aman. Ambas emociones, el odio y el amor, se convierten así en pasiones que inevitablemente nos consumen. ¿Inevitablemente?

Cómo evitar sentir odio

No tenemos por qué resignarnos a sufrir o a sentir emociones que no queremos. Aprender a racionalizar cada sentimiento que surge en nosotras y relativizar la importancia de dichos sentimientos nos ayudará a sentirnos más fuertes y seguras. También es importante gestionar el sentimiento de odio reduciendo su intensidad y para ello es necesario una mayor tolerancia hacia los errores ajenos. Ten en cuenta que la mayoría de las veces que nos hemos sentimos dañadas, la otra persona ni siquiera se ha dado cuenta del daño que hacía.

El camino para canalizar el odio hacia otro tipo de emociones menos perjudiciales para nuestra salud pasa por mejorar nuestra autoestima y aumentar el grado de comprensión hacia los demás. Haz tuyo el lema de que "no ofende quien quiere, sino quien puede" y esfuérzate en tu desarrollo personal para que nadie pueda dañarte.

Cuando lloras se arrugan los ojos

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Katharine Hepburn y James Stewart en Historias de Filadelfia (CC)

Izquierda: Katharine Hepburn y James Stewart en Historias de Filadelfia (CC). Derecha: Henry Fonda y  Katharine Hepburn en El estanque dorado (CC).

Hay películas que cuando dices en voz alta que no te han emocionado hay quien te mira como si fueras boba. Al parecer, si no te extasías con ellas y sales del cine en estado de trance es porque no tienes la sensibilidad necesaria o, peor todavía, no puedes entenderla por algún tipo de tara sin diagnosticar. Me ha pasado con Gravity. Digo que no me entusiasma y aparecen esas miradas de condescendencia, de «ay, pobrecica».

El problema que tuve con Gravity es que me costó centrarme en lo que el director quería contar, en la historia, porque la mayoría del tiempo no podía dejar de pensar en qué cojones se había hecho en la cara Sandra Bullock. No hay ni rastro de humanidad en el rostro, ninguna arruga, ni una sola línea de expresión. Nada. Hay una escena en la que la Bullock llora y las lágrimas, en 3D, ingrávidas y redondas, parece que se acercan y las quieres tocar con los dedos. Es bonita, que sí, que sí, pero mientras la contemplaba no podía dejar de pensar que cuando lloras arrugas los ojos. No pude emocionarme porque la cara de la actriz de cuarenta y nueve años que debe transmitir esa emoción es marciana. Las actrices clonadas no parecen más jóvenes cuando se retocan tanto. Son mayores con una cara extraña, irreal. No alcanzan pues su objetivo.

John Travolta. Foto: Vegafi (CC)

John Travolta. Foto: Vegafi (CC)

Lo de destrozarse el rostro no es patrimonio exclusivo de las mujeres. Ahí están los casos de Robert Redford (en el cartel de su última película sale un señor que dicen que es él), Sylvester StalloneAl PacinoJohn Travolta o George Clooney, que ha admitido abiertamente que pasó por el quirófano para quitarse las bolsas de los ojos. También Cris Noth, que triunfa ahora con la magnífica serie de televisión The Good Wife, tiene una jeta sospechosa desde hace tiempo. No es pues una cuestión exclusivamente femenina, pero entre las actrices mayores es una auténtica plaga. De hecho, lo que cuesta es encontrar casos de mujeres en el cine de más de treinta y cinco años con arrugas, o que no se hayan tocado mucho. Naomi WattsJulianne Moore o Cate Blanchett son algunos de los más evidentes. Entre las actrices españolas, Maribel Verdú ha crecido y madurado ante nuestros ojos.  Ha pasado de ser una adolescente a una mujer de cuarenta y tres años dejándose la cara en paz: «Hay cositas que me voy notando, pero no me tocaré nada. Quiero que mi rostro refleje lo que vivo, lo que me ha pasado por dentro. No quiero parecer un pez globo, porque hoy todas tienen esa cara. Prefiero ser como Holly HunterFrances McDormandSusan Sarandon… Que se me noten las venas cuando he dormido mal y las arruguillas del entrecejo. Si fuese hombre estaría como loco por parecerme a Tommy Lee Jones, con carreteras en la cara».

Crecí admirando las películas de Katharine Hepburn —cómo no amar Historias de Filadelfia— y siempre me pareció una mujer hermosa, también con todas las arrugas y su pelo desordenado en un moño blanco al final de sus días. El ejercicio de intentar imaginarse a una Hepburn con la cara estirada y boca de pato resulta aterrador. ¿Y Lauren Bacall? Pues eso, escalofríos. Quedan aún actrices en las que el tiempo ha pasado por su rostro y siguen siendo atractivas: Charlotte Rampling, Susan Sarandon o Judi Dench son tres buenos ejemplos. Entre las españolas, ahí está Ángela Molina, que tampoco disimula nada a sus cincuenta y nueve años.

La actriz Rosana Arquette realizó un documental titulado Searching for Debra Winger en el 2002. En él, actrices maduras explican lo complicado que es mantenerse en Hollywood y compaginarlo con tener una vida familiar. Expresan además su temor a envejecer y dejar de conseguir papeles; la presión por seguir pareciendo jóvenes y, por lo tanto, deseables según la industria. Algunas de las estrellas que aparecen en el documental no tienen actualmente la cara como entonces, once años después. No porque hayan envejecido, sino porque se han hecho un estropicio. Como Meg Ryan o Emmanuelle Béart, que se queja del proceso de cosificación a la que a veces se veía sometida. La actriz francesa, que se desfiguró el semblante hace ya tiempo, renegó en una entrevista reciente en Le Monde de sus pasos (aunque siga diciendo que solo se operó los labios) por el quirófano. «Hay mujeres que aseguran que la cirugía les ha hecho más fácil la vida pública. Y otras que declaran sentirse profundamente afectadas por ello. Yo pertenezco a estas últimas». Béart ha perdido incluso trabajos por su actual aspecto, como también le ha sucedido a Victoria Abril. La paradoja de querer seguir pareciendo joven para continuar teniendo papeles y quedarte sin ellos porque ya ni eres joven ni tienes un rostro, ya no adecuado con tu edad, sino normal. Hay caras que producen extrañeza, en el mejor de los casos, cuando no cierto repelús.

En Searching for Debra Winger las actrices son abiertamente críticas con los directores y ejecutivos de los estudios y afirman que se han sentido presionadas a seguir pareciendo lozanas. «Hemos sobrevivido a la mayoría de los que mandaban en los estudios y nosotras seguimos teniendo trabajo», afirma rotunda Whoopi Goldberg, que en otro momento del documental suelta: «Llega un momento en el que te dan papeles solo de madre o de tía de. Y está bien ser la tía de. Las tías también follan». Daryl Hannah, la sirena de Splash o la tuerta asesina implacable de Kill Bill, narra cómo a veces la presión por no envejecer (como si hubiera alguna manera de evitarlo) es más sutil. «Cuando me dieron el primer papel en el que era madre de un adolescente recuerdo que hubo gente que me preguntaba: ¿Y no te importa? ¿Por qué tenía que importarme?».

Lauren Bacall en 1989 Roland Godefroy

Izquierda: Lauren Bacall en una foto promocional de los años 40. Derecha: Lauren Bacalla en 1989. Foto:  Roland Godefroy (CC).

Pero no todo son empujones y presiones para acercarte al quirófano. Los culpables no son solo los malignos estudios ni los taimados ejecutivos. David Trueba, que acaba de estrenar Vivir es fácil con los ojos cerrados, desvela que también hay algunas estrellas que tienen en sus contratos cláusulas que exigen retoques y aunque el director no esté de acuerdo con ello debe hacerlo porque está obligado; está en el contrato. Son unos filtros, un «Photoshop de cine», para que en pantalla la actriz en cuestión luzca con una piel tersa y sin «defectos». Cita, por ejemplo, un caso que le llamó la atención: «Si tú ves a Keira Knightley en Piratas del Caribe te das cuenta de que su cara no es real. El contraste entre su rostro y el de Orlando Bloom, que tiene sus líneas de expresión, es evidente. Y es curioso porque Keira Knightley no es una actriz mayor, pero en esa película está retocada». Se rumorea que la bella Rachel Weisz es de las que exige por contrato los retoques. Una lástima de ser cierto, porque resulta mucho más atractiva la idea de una Weisz con cincuenta años en su cara. Debería hacer caso a la fantástica Frances McDormand —cómo no quererla en Fargo— que en un momento del documental de la Arquette proclama: «Llegarán papeles en los que hay que tener cincuenta y cuatro y no va a haber ninguna que parezca que tenga cincuenta y cuatro, pero ahí estaré yo. Me los llevaré todos».

Julianne Moore en la Mostra de Venecia de 2009. Foto: Nicolas Gegin (CC).

Julianne Moore en la Mostra de Venecia de 2009. Foto: Nicolas Gegin (CC).

De todas formas, Trueba recuerda que lo de retocar no es nuevo: «Ya se hacía en los años cuarenta con medios muchos más rudimentarios. Con Sara Montiel, por ejemplo. Se ponía una media en la cámara para que así los rasgos se difuminaran». En el cine español no se conocen casos de actrices que lo exijan por contrato, es un proceso económicamente costoso, pero sí que hay una clara tendencia hacia películas protagonizadas por actores muy jóvenes. Recientemente, con el casting ya hecho, el distribuidor de una película recomendó que se rebajara la edad de algunos actores contratados, hombres. Tenían cuarenta años, pero prefería que fueran de menos de treinta. Se atendió a su recomendación, por cierto.

Hay quien levanta la voz y se niega a pasar por el aro y manejar así una imagen más acorde con la realidad. Hace diez años, Kate Winslet expresó públicamente su descontento por un reportaje fotográfico que apareció en la revista GQ en la que el Photoshop le quitó algunos kilos y denunció que lo habían hecho sin su consentimiento: «No tengo ese aspecto. Y, sobre todo, no lo quiero». Por eso, hace unas semanas, la prensa británica esperaba que reaccionara ante la evidente manipulación de su rostro en la portada de la revista Vogue, en la que aparecía visiblemente rejuvenecida, con una piel perfecta y ojos de azul imposible.

Cate Blanchett no se ha mordido la lengua tampoco respecto a su opinión del bótox y las operaciones: le horrorizan. Con cuarenta y dos años, hace solo uno, posó para Intelligent Life, el suplemento de estilo y cultura de The Economist, maquillada, pero sin ningún tipo de filtro en la fotografía, ningún arreglo«Parece lo que es, una mujer de cuarenta y dos años que pasa las mañanas encerrada en una oficina, las tardes en el teatro y el resto del tiempo cuidando de sus tres hijos», explicaba el editor. La decisión de no retocar a la actriz digitalmente fue de la revista. Huelga decir que en la portada, titulada «This is not a film star», Blanchett aparece hermosa. Con líneas de expresión y leves bolsas en los ojos. Y aún así, guapa.

A lo mejor si Gravity la hubiera hecho Cate Blanchett me habría impresionado más. Por el simple motivo de que me hubiera podido centrar en la historia y no en su cara. Porque cuando lloras, se arrugan los ojos.

Birdman o la abrumadora historia de la conciencia

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Imagen: New Regency Pictures/ Twentieth Century Fox Film Corporation.

Imagen: New Regency Pictures/ Twentieth Century Fox Film Corporation.

Empecé con eso. ¿Se oía?

Prepárense que empezamos con un solo de batería. Ba-dum-dum-dum-tschh-dum-dum-ba-dum. Una pantalla en negro y letras separadas que aparecen a cada golpe de la caja y el bombo y el tom y el charles y el crash. Poco a poco, sonido a sonido, las letras van formando palabras.

Y las palabras encajan.

Dum-dum-ba-dum-tschh. Son los créditos y son una declaración de intenciones. Hablando de declaración de intenciones, deberías decir lo de los spoilers. No voy a decir nada de los spoilers; da igual que los lectores conozcan la trama. Para comprender, incluso para disfrutar la película, tienen que verla. Además, la trama podría contarse en cuarenta y cinco palabras. Si no lo dices, se van a enfadar. Está bien.

LA SIGUIENTE RESEÑA CONTIENE SPOILERS QUE NO DESENTRAÑAN LA TRAMA

Porque, ¿tiene trama el último filme de Alejandro González Iñárritu? Sí, claro que la tiene. Y es muy sencilla, ni siquiera es especialmente original: una antigua estrella de cine quiere redimirse de su pasado hollywodiense montando, dirigiendo y protagonizando una obra de teatro seria. Los preparativos de la obra servirán para que, en una serie de catarsis, el protagonista se comprenda a sí mismo y la vida que le rodea. ¿Ven? cuarenta y cinco palabras. Han sido cuarenta y seis, y eso no es una trama, ni siquiera es una sinopsis. Es apenas un esbozo. Dum-tschh-dum-tschh-tschh-ba-dum. 

El protagonista es Riggan Thomson, un antiguo actor de Hollywood que, cumplidos los sesenta, quiere demostrar al mundo que no es solamente la estrella de una serie de películas de superhéroes de hace veinte años —el epónimo Birdman—, sino que es un actor de verdad. Un actor de teatro. De Broadway. Y la obra que adapta es, ni más ni menos que De qué hablamos cuando hablamos de amor de Raymond Carver. Intimista, profunda, seria. Sin artificios ni concesiones; alejada una galaxia de los blockbusters que Thomson ha interpretado. Una obra que habla de los Grandes Temas. ¿Y no hablan todas las obras de los Grandes Temas? Dum-dum-tschh-tschh-dum. A su lado, un actor joven de los de verdad. Tan de verdad que solo es de verdad cuando está en el escenario. Tan de verdad que la crítica nunca ha podido encontrarle una mala interpretación. La primera actriz de la obra es una actriz de Hollywood en plenitud, pero que está tan emocionada como aterrorizada por actuar en las tablas de Broadway. La segunda actriz es la nueva pareja de Thomson, a quien el protagonista trata como un molesto mosquito. Tschh-tschh-ba-dum-dum. Algo parecido puede decirse de la hija de Thomson, adicta recién rehabilitada que hace las veces de su asistente personal; o incluso del productor teatral, prácticamente el único amigo del protagonista y que hará todo lo posible para que la obra llegue a buen puerto. O a cualquier puerto. 

Imagen: New Regency Pictures/ Twentieth Century Fox Film Corporation.

Imagen: New Regency Pictures/ Twentieth Century Fox Film Corporation.

Y Birdman. La imagen del superhéroe que persigue al actor hasta el punto de que nadie le reconoce por otro papel. Hasta el punto de que solo le reconocen los que vieron sus películas hace veinte años. Ni sus hijos ni sus sobrinos ni la gente que tiene Twitter o Facebook o Instagram, porque Thomson no tiene ni Twitter ni Facebook ni Instagram porque no quiere vivir en el pasado pero no sabe vivir en el presente. Ba-dum-dum-tschh-dum. Birdman le persigue y, cuando están solos, le habla y le concede poderes sobrenaturales. No se los concede. Iñárritu no lo llega a dejar claro. No del todo. Birdman le persigue en el camerino y por las calles de Nueva York. Thomson no está preparado para ser un actor de teatro. No está preparado para ser un actor de verdad. Pertenece a los blockbusters de Hollywood. Pertenece a su pasado. Pertenece al público. Pertenece a Birdman. Tschh-tschh-dum.

Pero Riggan Thomson quiere acabar su viaje y demostrar que es más que Birdman. Que no es Birdman. ¿Y a quién se lo quiere demostrar? ¿Al público? ¿A su público? ¿A su exmujer que le abandonó porque Thomson fue un imbécil con ella como lo es con todos los demás? ¿A Birdman? ¿A él? A él, claro. El viaje del protagonista es un viaje a través del ego de un hombre que solo tiene ego. De un hombre que solo ve el mundo detrás de sus propios ojos. Todos vemos el mundo detrás de nuestros propios ojos. Un hombre que confunde el amor con la admiración y que solo respeta a quien admira o a quien teme. ¿No lo hacemos todos? No. 

Imagen: New Regency Pictures/ Twentieth Century Fox Film Corporation.

Imagen: New Regency Pictures/ Twentieth Century Fox Film Corporation.

El protagonista es Michael Keaton, un actor de Hollywood que hace de actor de Hollywood que quiere ser actor de teatro, que tiene sesenta y tres años y al que casi todos conocemos por haber sido Batman hace ya dos décadas. El segundo actor es Edward Norton, uno de los intérpretes mejor considerados por la crítica mundial. De los pocos de su generación que es un actor de verdad, y que hace de un actor de verdad; pero que, por otro lado, fue El Increíble Hulk. Ba-dum-dum-dum-ba-tschhh. La primera actriz es Naomi Watts, con las arrugas de la plenitud. La hija es Emma Stone, cínica y descreída. Demasiado autoconsciente para la edad que tiene, demasiado dolida como para creer en padres ni mucho menos en superhéroes. ¿Hablas de Stone o de su personaje? De su personaje, Stone ha sido la novia de Spiderman hace nada. Y el productor es Zach Galifianakis, tantas veces tarado y resacoso pero que aquí es el único personaje sensato y centrado del filme. Dum-tschh-tschh-dum-ba-dum.

Y los asistentes, los sastres, los tramoyistas, la gente que pasea por Times Square, incluso la despiadada crítica del New York Times se balancean y gravitan y se arremolinan y revolotean alrededor de Riggan Thomson, que corre y salta y pelea y llora y rompe y se emborracha y camina en calzoncillos bajo las alas de Birdman, en busca de la verdad que está en fondo de lo más falso. Del teatro. Siempre bajo las alas de Birdman. Ba-dum-dum-tschh-dum.

Y todos ellos gravitan y revolotean alrededor de las arrugas de Michael Keaton, que juega a su antojo con lo falso y con lo verdadero, y hace creíble un personaje que es falso en cuanto se sube al escenario. Las arrugas de los calzoncillos de Edward Norton, que nos convence de que es falso cuando es hombre y verdadero cuando es actor. Las arrugas de Naomi Watt, cuarenta y seis años de plenitud y de miedo escénico. Las onduladas arrugas en el alma de Amy Ryan, compasiva con su exmarido, pese a todo. Las arrugas en los ojos de Emma Stone, cansados de mirar apenas cumplidos los veinticinco. Y las feroces arrugas de Lindsay Duncan, implacable con quien quiere usurpar la verdad del teatro, visceral y sanguínea, desde la brillantina de Hollywood: «Eres una celebridad, no un actor». 

Imagen: New Regency Pictures/ Twentieth Century Fox Film Corporation.

Imagen: New Regency Pictures/ Twentieth Century Fox Film Corporation.

Y todos ellos se balancean en diálogos que flotan como avispas y golpean como mariposas. Tan leves y tan corpulentos que han necesitado ocho manos para emerger. Las del propio Iñárritu y las de Nicolás GiacoboneAlexander Dinelaris y Armando Bo.

Y todos ellos revolotean alrededor de la música del formidable baterista Antonio Sánchez, que bombardea desde el primer al último minuto del metraje sin que nunca sepamos si es diegética o extradiegética. Sin que terminemos de saber si solo la escuchamos en el cine mientras vemos a Keaton o golpea desde el decorado que envuelve el viaje de Thomson y Birdman. Tschh-tschh-dum-ba-dum.

Y todos se arremolinan delante de la lente de Emmanuel Lubezki, hipercromática, profunda y descarnada. Desde el cielo blanco de Manhattan y las guindillas multicolores de una licorería hasta el último milímetro de la última arruga de la cara de Michael Keaton.

Y la cámara. Tschh-tschh-ba-dum-dum. La cámara de González Iñárritu gravita alrededor de todos y de todo en un único plano-secuencia continuo. Ni es un único plano-secuencia ni es continuo. No, no lo es, pero Iñárritu nos hace creer que lo es diciéndonos a la cara que no lo es. Corta el plano cuando no debería haber cámara y fluye suavemente en días y noches como si fueran fracciones de segundo. Enlaza el paseo con la catarsis sin solución de continuidad. Sí que hay discontinuidades. Es verdad, cuando corta el plano y pone la cámara donde no es posible que hubiese una cámara: en una playa llena de medusas. Quizá así transcurre la vida a través de nuestros ojos, en un plano-secuencia donde todo es real incluso cuando no lo es. 

Imagen: New Regency Pictures/ Twentieth Century Fox Film Corporation.

Imagen: New Regency Pictures/ Twentieth Century Fox Film Corporation.

Quizá de eso van todos los actos creativos: de convencer de que algo es algo mientras decimos que no lo es. Quizá Birdman habla de Iñárritu, de rodar en Hollywood con estrellas de Hollywood hablando de Hollywood sin estar en Hollywood y alejándose lo máximo posible de Hollywood. De la dificultad de convencer a todo el mundo. De la dificultad de contentar a todo el mundo. De la dificultad de convencerse a uno mismo. Dum-ba-dum-tschh-tschh.

Quizá de eso van las Grandes Obras: de tomar una idea libre y fresca y llevarla a sus últimos extremos. Con la abrumadora consciencia de lo que se hace. Con la exactitud milimétrica de un torrente desbocado verdaderamente difícil de explicar en una reseña. Esto no es una reseña. No es más que una mala imitación, una copia barata. Es una paja mental ininteligible. Te ha encantado la película y ni siquiera sabes contarla. Ni siquiera sabes cómo decir que te ha encantado. Pero sí que sabes lo que tienes que hacer. Lo sabes perfectamente. Dum-dum-ba-dum-ba-tschh. Dales lo que quieren leer. Lo has hecho muchas veces antes. Solo tienes que chasquear los dedos. Clic.

Si Kurt Vonnegut, padre de la postmodernidad, decía que «La creatividad consiste en estar saltando constantemente desde acantilados y desarrollar alas según caemos», entonces la película de Alejandro González Iñárritu es tan posmoderna, tan metamoderna, tan ferozmente hipermoderna que le da la razón solo en parte. Porque Birdman es temeraria en su idea, pero precisa como un cirujano en su ejecución. Un tour de force por las entrañas del proceso creativo. De cualquier proceso creativo.

Eso es. Una cita de un escritor cool, un par de neologismos y una expresión en francés. Eso es lo que eres. Eso es lo que quiere el lector. Lo que quiere el público. Dum-dum-ba-dum-tschh. Ahí te quedas. Las cosas no se pueden clasificar ni etiquetar porque el mundo no se puede clasificar ni etiquetar. No realmente. Al final, todo son capas que se agregan y se yuxtaponen hasta formar un contorno borroso tan borroso como la realidad. Capas de arrugas. Capas de luz y de color y de movimiento de cámara. Capas de música incidental y diegética. Escritores que hablan de escritura. Directores que hablan de dirigir. Actores que interpretan a actores que quieren ser actores y que se parecen a ellos mismos. Cine que habla de la verdad de la ficción. La reseña de una película que habla de cine que habla de teatro que habla del acto de crear. Todo son capas y las capas se apagan en una pantalla en negro donde aparecen letras separadas que acaban formando palabras.

Y                                               encajan.

———————las

——–todas

————————palabras

Clic.

Imagen: New Regency Pictures/ Twentieth Century Fox Film Corporation.

La extraña conciencia de Pagan

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Querido Pagán:
A ti te ocurre algo.
Siempre estás gritando, golpeas las puertas cuando te marchas, aunque no pase nada.
No se te entiende cuando hablas.
Solo gritas lo que quieres sin pensar cómo lograrlo.
Tu mirada está perdida, miras más allá de la gente, como si te debieran algo. 
Siempre estás tenso.
Te atascas en los ejemplos y no sacas nada de ellos. 
Quieres enfadarte.
Rompes con todos los que te quieren. Vas dejando el camino lleno de cadáveres. 
Bebes demasiado y sales del bar amenazando a la gente.
Siempre tienes prisa, quieres acabarlo todo rápido, tienes prisa para todo, para nada. Lo que quieres es irte a no hacer nada.
Y lo peor es que no te das cuenta.
Dentro de unos años, 
en un cuarto oscuro de una ciudad desconocida 
y sin que te des cuenta
descubrirás que estás solo, 
que todos se cansaron de ti, 
que no haces nada para disfrutar de tu vida.
Deberías ir al médico o algo así, 
porque de lo contrario…
acabarás mal. (1)

La capacidad para darse cuenta de lo que ocurre es esencial para sostener la vida. Tiene relación con la competencia para atender y concentrarse. También con la experiencia de percibir lo que pasa dentro y fuera de nosotros. La destreza del darse cuenta puede entrenarse como cualquier otra capacidad humana. Sin embargo, no solo depende de la actitud y del ejercicio subjetivo, también tiene que ver con el modo en que el entorno la otorga al individuo. Estamos ante el viejo dilema: ¿la identidad se construye por el sujeto o es otorgada por el clan al que pertenecemos?

Nuestro diseño epigenético es tribal, respondemos a patrones de aprendizaje colectivos (2). En consecuencia, cuando no tenemos estabilidad emocional en nuestro entorno, la percepción se ve distorsionada. La información que falta en el texto está en el contexto. Y si la persona no siente la protección necesaria en su entorno, tendrá más dificultades para percibir cómo se encuentra. En ocasiones la persona percibe el exterior como una experiencia amenazante cuando no se siente suficientemente seguro para entregar la atención y el cuidado de esos peligros a los demás. Algo así como si no tuviera costumbre de que otros velen su sueño mientras duerme y tuviera que hacerlo él mismo.

A menudo el ensimismamiento permanente revela en realidad que el niño o niña siente un abandono que no le deja descansar, que no le permite abandonarse. La hora de irse a dormir es un momento de peligro desde esta perspectiva.  Hay personas que cuando se fatigan descansan y sin embargo, otras personas ante la misma fatiga entran en pánico, como si descansar en la selva, entendida como imagen inconsciente del mundo, fuera ponerse en riesgo y atraer al depredador, quizá de ahí venga la rabia de algunas personas cuando se fatigan.

La desconexión entre la atención hacia el exterior y la que se dirige al interior dificulta el proceso de sincronía (3), entorpece el contraste y la conciliación armónica entre la visión del mí mismo junto a la visión que tiene el otro de mí. Esta falta de integración conlleva una dificultad en la experiencia del darse cuenta de la realidad. Más que no saber algo, el problema de muchas personas es que no saben saberlo, y esto puede deberse a la atención que la persona recibe en su infancia.

En ocasiones, el niño no es suficientemente atendido por sus progenitores. No recibe de modo suficiente la mirada que necesita para sentir que tiene un lugar en el sistema. Podríamos decir que sus adultos de referencia no están disponibles. En consecuencia, se encuentra bajo el hechizo de el «síndrome de la madre muerta» (4) . Suele deberse a que un dolor se ha introducido en la vida de la madre o el padre y les dificulta la atención al niño. Podemos pensar por ejemplo en una situación en la que en los primeros tiempos de la vida de un niño, muere el padre de la madre. Esta experiencia atrae toda la atención de la madre privando al niño de su atención. De este modo, deja de estar disponible, afectando al vínculo entre madre e hijo.

Cuando la generación anterior queda embargada por un dolor o por una experiencia de fuerte estrés que compromete su sobrevivencia es muy probable que interrumpa su propio proceso vital. Incluso pueden llegar a encargar inconscientemente este proceso interrumpido a la siguiente generación, como si fuera una misión. Es como si el padre dijera al hijo: lleva adelante esta empresa familiar o realiza esta carrera universitaria porque a mí no me dio tiempo o no tuve la oportunidad de realizar este deseo.

Hay males que duran cien años y psiques que lo reeditan.
(Catalina Harrsch)

La dificultad para darse cuenta de lo que ocurre, impide a la persona vivir plenamente todos aquellos fenómenos que tienen relación con la satisfacción, el desplazamiento del deseo o la capacidad para calibrar las consecuencias de los propios actos. Todo ello aumenta la tensión interna y favorece que se vierta en los síntomas que son calibrados como anomalías de la atención. Lo cierto es que para cualquier individuo es esencial acceder a un lugar dentro de su sistema familiar y esto se suele hacer mediante el desempeño de comportamientos constructivos. Pero si no logra culminar un proceso de identificación positiva porque el contexto no le deja, tenderá a desarrollar comportamientos inadaptados que atraigan la atención sobre él. Todo antes que el exilio. No siempre es así, no se puede generalizar pero el caso de Pagán describe un proceso de identificación negativa.

Ellos me hablan
pero hace frío
en mi espalda.

Un laberinto
repleto de voces
martillean mi mente.

Silencio y ruido…
paciencia y amenazas…
(Trinidad Ballester)

invi1

Notas:
1. Versión inspirada en el «Bolero para Jaime Gil de Biedma», de José Agustín Goytisolo.
2. Concepto de Conciencia Ecológica en Gregory Bateson. Ver Pasos hacia una ecología de la mente. Publicado en B. Aires. Lolhé Lumen. 1998.
3. Concepto clave en la obra de Carl Jung. Ver El hombre y sus símbolos. Paidós, 1995.
4. André GreenNarcisismo de vida, Narcisismo de muerte. Amorrortu Editores. B. Aires, 1990.