martes, 25 de noviembre de 2014

La america del renacimiento: eames & eames

La América del renacimiento (Eames & Eames)

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Conocer el proyecto American Portraits, donde se repasará la vida y la obra de algunas personalidades más influyentes de la América de los años cincuenta. Al conocer de cerca la vida de estos hombres y mujeres es inevitable replantearse nuestra manera de ver el mundo, nos ayuda a entender mejor por qué el diseño de los objetos que nos rodean tienen las formas que tienen, o por qué los edificios y las ciudades que habitamos son como son.

La vigencia de su legado es inmensa e incalculable. Los años cincuenta fueron años de crisis y postcrisis. Hoy, al igual que entonces, estamos viviendo un proceso de redefinición constante en muchos ámbitos de la sociedad y necesitamos mirar atrás para buscar fuentes de inspiración. Con esta iniciativa, Seagram’s Gin quiere reivindicar aquellas figuras que, por su originalidad y su capacidad visionaria, nos pueden servir de modelo y guía para reinventarnos. El proyecto American Portraits está compuesto por una serie de proyecciones de documentales biográficos que se pueden disfrutar de forma gratuita en la plataforma digital Filmin.es, junto con una serie de artículos publicados en revistas de referencia y el ciclo que se proyectó el pasado mes de septiembre y que se podrá volver a disfrutar en el mes de noviembre en la Cineteca de Matadero en Madrid.

Ray y Charles Eames en 1960. Fotografía cortesía de Eames Office, LLC.

La Segunda Guerra Mundial había acabado. Los soldados volvían a casa y se vivía un ambiente de euforia que se desprendía de la victoria aliada en Europa y la rendición de Japón. El presidente Harry S. Truman vivía su momento más tranquilo y la economía volaba por primera vez desde el crack del 29. El nubarrón que había cubierto el continente durante dos décadas se había disipado y Estados Unidos se preparaba para el nacimiento de una poderosísima clase media.

En ese clima, donde Jackson Pollock, Mark Rothko o Willem de Kooning asombraban al mundo del arte y Tennessee Williams, Truman Capote y J.D. Salinger hacían lo propio en el ámbito literario, aparecieron Charles y Ray Eames.

Los Eames (que muchos siguen identificando —erróneamente— como hermanos), serían los auténticos impulsores de una revolución artística y conceptual que abarcaría todas las disciplinas de un modo —casi— extenuante.

Ray Kaiser conoció a Charles Eames en la academia Cranbrook, donde los dos estudiaban. Ray era pintora y discípula del influyente Hans Hofmann; Charles era una especie de camaleón enloquecido cuyo cerebro generaba más ideas de las que un ser humano puede digerir. Los dos se sintieron inmediatamente atraídos el uno por el otro pero toparon con un pequeño problema: Charles estaba casado.

Después de una afamada correspondencia amorosa y de que Ray hiciera la maleta para evitar males mayores, él decidió dejar a su mujer y proponer matrimonio a la que iba a ser su media naranja el resto de sus días. En realidad, no estaba sentando las bases de una relación emocional sino la creación de una de las asociaciones más fructíferas de todos los tiempos: él como infatigable corredor de fondo; ella como ejecutora y cómplice. Él coqueteando con el delirio del que no sabe cuándo detenerse; ella el pragmatismo de la materia gris, con sonrisa de propina.

Su objetivo, quizá ingenuo, era ofrecer diseño de alta calidad a precios ajustados a través de la producción industrial. Para ello, abrieron su oficina en el 901 de Washington Boulevard, en Venice Beach, California. Así, mientras la generación Beat ponía del revés las calles del Village neoyorquino en la costa este de Estados Unidos, en la costa Oeste los Eames se disponían a girar la tortilla de la creatividad, aplicándola como nunca se había hecho antes en la historia del país. De ese país, o de cualquier otro.

Su primer exitazo fue la famosa silla de plywood, que distribuyeron gracias a la ayuda de Herman Miller, un amante de los muebles, diseñador a su vez (trabajó durante años con el matrimonio), y distribuidor finalmente, que vio abrirse el cielo ante sus ojos.

La filosofía de los Eames, «nosotros no diseñamos, solucionamos problemas», conectaría con una generación que ansiaba productos con los que sentirse distintos. El 901 se convertiría en un almacén de ideas, un cajón de sastre donde bullía el alma del diseño americano. Sus pasillos, llenos de objetos de todos los tamaños, formas y texturas, se llenaron de jóvenes promesas que buscaban —desesperadamente— a un mentor.

En cierto modo, era como si el mismísimo Leonardo se hubiera aparecido en California para dar un puñetazo en la mesa y —quizá por eso— cuando la prensa empezó a hablar de Eames el adjetivo «renacentista» aparecía cada dos líneas.

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La silla de plywood Lounge Chair Wood. Fotografía cortesía de Eames Office, LLC.

Ray había dejado de pintar («no había tiempo para ello» decía) pero su ojo con los colores, su capacidad para transformar objetos aparentemente antagónicos en complementos perfectos y su mano para aterrizar cualquiera de las locuras de su marido, la había convertido en el alma de una factoría, que precedería —con mucho— a la del propio Andy Warhol. Fotografía, cine, diseño, pintura… nada se resistía a la familia Eames, que parecía poseída por el deseo de cambiarlo todo de un plumazo.

Los Eames, genios portátiles que reconstruyeron el sueño americano cuando este parecía haberse esfumado, empezaron a labrarse una reputación cuando en plena guerra mundial decidieron que las férulas que se utilizaban para los soldados en el campo de batalla eran absolutamente ineficientes: empeoraban las heridas en lugar de estabilizarlas. Produjeron ciento cincuenta mil férulas con un diseño especial que salvó innumerables vidas y —al mismo tiempo— comprobaron la eficiencia de la producción en cadena, algo que utilizarían profusamente en la década que estaba por llegar.

Además, y más allá del ámbito artístico, Charles y Ray Eames desconcertaron a la bien pensante sociedad estadounidense de los años cincuenta por su reivindicación del rol de la mujer en un mundo abrumadoramente masculino y cuyos tentáculos se extendían al cine, la publicidad y —por supuesto— los negocios. El machismo imperante en la época, reforzado por la televisión, se vio sacudido por la impresión de que en aquel matrimonio la antorcha la sostenían ambos. Su unión, catapultada por un éxito sin paliativos, fue el inicio de una corriente de pensamiento que ya no veía a la mujer como un simple aditivo sino que la colocaba en un lugar relevante, imprescindible para entender el éxito del congénere. Por si fuera poco, el trabajo de ambos con Polaroid, Boeing e IBM, les situaron como ariete de la irrupción de la tecnología en la vida social y su subsiguiente colisión con el arte. Pocos son los que han olvidado su impresionante evento en la Feria mundial de Nueva York de 1964, palpable demostración de que el término «pioneros» se les quedaba cortos.

Desde un punto de vista puramente histórico, la influencia de los Eames y sobre todo su legado es apabullante: sus muebles (sillas aparte) adornan oficinas, aeropuertos, zonas públicas, hoteles y casas por todo el mundo. Sus experimentos con aluminio y madera han sido imitados hasta la extenuación y su voluntad de trascender el propio ámbito del diseño ha calado en miles de artistas desde los años setenta hasta la actualidad. No solo eso, los Eames representan la eclosión del artista total, aquel se atreve a ser relevante en todos los campos y cuya ambición es únicamente comparable a su atrevimiento. La belleza de sus propuestas, preocupadas a un tiempo por el look y por la comodidad, siempre con un pie anclado en la tierra, ha soportado el paso del tiempo con la elegancia del que se sabe clásico.

Cuando echamos la vista atrás y ejercitamos la memoria, es difícil encontrar en el siglo XX a una pareja tan influyente y cuyos postulados hayan sido imitados con tanta insistencia. Decía George Bernard Shaw que «el hombre razonable se adapta al mundo; el hombre no razonable se obstina en intentar adaptar el mundo a sí mismo. Todo progreso depende, pues, del hombre no razonable». Charles y Ray Eames no eran razonables, nunca lo fueron, y su tozudez se ha traslado al siglo XXI de un modo inequívoco. Cuando pensamos en la gran revolución moderna en términos de diseño y decoración es imposible no acabar mencionando Ikea. Los suecos, con esa idea de llegar a todos los rincones con una filosofía popular y de voluntad generalista, no es más que la sublimación de esa idea surgida en el 901 de Washington Boulevard de que es posible ofrecer calidad a precios competitivos y de que es viable esquivar el elitismo que —a priori— condiciona el universo del diseño. Los Eames fueron pioneros en esa idea (utópica) que soñaba con acercar el arte a todo aquel que quisiera poseerlo y no solo a aquellos que pudieran permitírselo.

Curiosamente, los años cincuenta fueron un hervidero de artistas, colectivos y personajes de todo tipo y pelaje, peleando contra lo que hasta aquel momento se consideraba el reino de unos pocos. La tozudez colectiva, convertida en una herramienta imparable (un ariete cultural irrepetible) consiguió tumbar muchos de los tópicos que hasta aquel momento pululaban en torno al mundo del arte. Por eso, si uno mira a la época actual es difícil encontrar algún movimiento social, político, artístico o cultural que no fuera parido en aquella época. Una época llena de hombres y mujeres sin prejuicios que forjaron la auténtica identidad de América y (por ende, y pura influencia) del mundo.

En una de las pocas entrevistas que se conservan con la pareja, Charles Eames afirmaba que «artista es un elogio que te conceden, no puedes llamarte eso a ti mismo. Es como llamarte genio… es absurdo».

Los Eames merecen ambos epítetos: artistas y genios, aunque solo sea por representar —aún hoy en día— que la creatividad no entiende de fechas de caducidad.

Ray y Charles Eames en 1957. Fotografía cortesía de Eames Office, LLC.

El próximo viernes 12 de septiembre se estrenará el documental Eames: The Architect & The Painter a las 22:30 en la sala Azcona de la Cineteca del Matadero de Madrid, dentro del Ciclo American Portraits presentado por Seagram´s Gin. Se proyectará un segundo pase el viernes 19 a las 20:30 en la Sala Borau. En ambos casos la entrada será gratuita hasta completar aforo. Así mismo, desde el 1 de septiembre lo podrás disfrutar también gratuitamente en la plataforma digital Filmin.es. El ciclo incluye también la proyección de los documentales:Frank Lloyd WrightDiana Vreeland, la mirada educada; Looking back to the future: Raymond Loewy. Si quieres saber más infórmate en www.cinetecamadrid.com/secciones/american-portraitswww.filmin.es/apo en http://www.seagramsgin.es/american-portraits/

En los meses de noviembre y diciembre el ciclo se proyectará en la sala Borau de Cineteca:

Noviembre Sala Borau
Jueves 20:  Eames. H 20:00 
Viernes 21:  Diana Vreeland .H 20:30 
Sábado 22:  Frank Lloyd Wright. H 20:00 
Domingo 23: Raymond Loewy. H 20:00 

Diciembre Sala Borau 
Jueves 18:  Eames H 20:00 
Viernes 19:  Diana Vreeland H 20:30 
Sábado 20:  Frank Lloyd Wright H 20:00 
Domingo 21: Raymond Loewy H 20:30


Mujeres de cuento: Carson McCullers

Mujeres de cuento: Carson McCullers
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Carson McCullers. Foto: Cordon Press.

Carson McCullers. Foto: Cordon Press.

Lo terrible, en mi caso, es que durante mucho tiempo no he sido más que un Yo. Todo el mundo forma parte de un Nosotros, salvo yo. Si uno no forma parte de un Nosotros, se siente verdaderamente demasiado solo. (Carson McCullers)

Si uno piensa en Carson McCullers, y uno debería habitualmente pensar en Carson McCullers, siempre se imagina a una adolescente, una niña adulta lúcida y fascinante. En su momento lo fue, pero la Carson en la que más tarde se convirtió tiene mucho y nada que ver con esa imagen: era una mujer enferma, tan enferma que escribir era al mismo tiempo un martirio y la única razón por la que superarse cada día, porque si había algo que Carson deseaba de veras era sobrevivir, y la escritura estaba fuertemente ligada a su propia supervivencia: pero para escribir debía sufrir unos dolores terribles. Sí, es cierto que la literatura de McCullers no necesita de justificaciones para ser admirada, desde luego se trata de una de las escritoras con más talento, pero no hay que obviar los esfuerzos físicos que Carson debía afrontar cada vez que quería dedicarse a aquello para lo que había nacido.

La vida y la historia de los grandes nombres de la literatura siempre están salpicadas de controversia, y en este caso no podía ser de otro modo, el personaje lo pide a gritos: no solo por ser temida y admirada, sino por ser verdaderamente particular —ambigua, terca y extravagante… contradictoria. Pero antes de empezar a hablar de lo que para los demás era Carson, hablemos de sus libros, sus personajes, su imaginario sudista, caracterizado por el hedonismo, la imaginación, la pereza y, sobre todo, la sensibilidad. 

Cuando pienso en Carson McCullers, y habitualmente pienso en Carson McCullers, suelo equivocarme y recuerdo a Frankie; para mí, uno de sus personajes más memorables. No hay manera de deshacer a una de la otra, empezando por el conflicto con el nombre: Lula Carson y Frankie dan paso a Carson McCullers y F. Jasmine, y de ahí, de esa doble imagen de sí mismas, empiezan a brotar la polémica y las dudas, la confusión, el paso de la adolescencia a la madurez. Ambas quieren ser adoptadas, quieren pertenecer a otra tribu, ser miembro de (la boda de un hermano, por ejemplo): sus heroínas están cargadas, asumen la carga de Carson; de ahí, probablemente, de esa manera de desembarazarse de sus propios conflictos, de ahí la necesidad de seguir escribiendo a pesar de que su cuerpo se niegue a ponérselo fácil. Si Lula no puede ser Frankie, tendrá que ser Lula todo el tiempo: y eso es mucho peso para una persona como Carson. 

Bailarina, pianista, lectora… Escritora

Cuando digo que McCullers era, sobre todo, una persona sensible, no me refiero únicamente a la sensibilidad emocional, sino también la artística. A través de sus cuentos podemos ver claramente qué cosas gustaban a Carson, qué cosas le desagradaban, de qué injusticias quería hablar, y es en su ficción donde encontramos a la más real de las Lulas: que quiso ser concertista de pianos podemos verlo gracias a sus cuentos, que en muchas ocasiones tienen la música como eje. También quiso ayudar a la economía familiar bailando, pero su padre le dijo, amablemente: «cariño, cuando crezcas, lo comprenderás todo mejor». Pero es probable que Carson jamás creciera lo suficiente para comprender ese tipo de cosas que una adolescente no puede comprender. Tocar el piano era una de las principales actividades de Lula Carson, cuando aún no se había convertido en la escritora McCullers, y una gran fuente de consuelo: a menudo el arte tenía que ver con su estabilidad. 

Pero una neumonía con complicaciones a los quince años (que no resultó serlo y necesitaron treinta años para darse cuenta de que era una crisis de reumatismo articular agudo) y su convalecencia dan testimonio de la primera vez que Carson cambió de idea: sustituiría el piano por la escritura, se había decidido, quería dedicarse a la literatura. Por eso, cuando debe trabajar en lugares comunes, ordenados, disciplinados pero poco creativos, se siente tan frustrada. No deberá, de todos modos, tomar parte de la vulgaridad laboral. Con quince años, no son muchos los adolescentes que pueden elegir entre los diferentes dones que creen poseer, pero Carson Smith era excéntrica, rara, y estaba condenada a comunicarse a través del arte. Ya por entonces Carson empieza a ser, y no dejará nunca de serlo, una «rara muchacha con nombre masculino, a la que le gusta vestirse de hombre impulsada por un deseo más o menos consciente de travestirse».

Foto: Carl Van Vechten (DP)

Foto: Carl Van Vechten (DP)

Reeves McCullers, un narrador

Claro que tuvimos momentos felices, pero fueron precisamente esos momentos los que lo hicieron todo más difícil. Si Reeves hubiese sido un hombre enteramente malvado, habría sido un alivio para mí, pues habría podido dejarle sin librar tantos y tan duros combates. (Carson McCullers)

En 1935 ocurrió algo que cambiaría para siempre la vida de Carson, incluido el nombre y el apellido: conoce a Reeves McCullers, el que será su esposo. El flechazo es inmediato y el trágico final de la pareja aún queda lejos. Reeves quiere ser escritor pero le falta talento, a pesar de ser un gran narrador y acaparar la atención de todos cuando está contando alguna anécdota; Carson, en cambio, aún no es demasiado consciente de su vocación, pero tiene lo que su marido tanto anhela: la gracia para escribir. Ambos hacen un trato, una vez casados, para poder equilibrar la vocación y la vida práctica: durante un año, se dedicarán a escribir alternamente, y solo aquel que consiga salir airoso económicamente de la prueba, lo hará de manera continuada. Pero Reeves jamás tendrá la oportunidad de intentarlo, porque enseguida ambos se dan cuenta de que si en la pareja habrá un escritor, será Carson. La frustración que le supone a Reeves este descubrimiento es interminable y, probablemente, uno de los motivos de su suicidio, o el principio de una depresión que lo acapara todo. Carson, por entonces, empieza a sumergirse en lo que pronto será su modus operandi: las iluminaciones. Trabajando en sus personajes se da cuenta de que hay un momento en que sucede la iluminación, que es una especie de dictado que cambia el destino de sus personajes: es un fulgor, un destello que convierte a un hombre sin problemas en un sordomudo.

Mi comprensión es solo fragmentaria. Comprendo a los personajes, pero la novela en sí permanece en un estado de indefinición. La clave aparece a veces como por azar, en esos instantes que nadie, menos el autor, puede comprender. Instantes que, en mi caso, se dan generalmente tras un gran esfuerzo. Revelaciones que son la bendición del trabajo. Toda mi obra se ha escrito así. (Carson McCullers)

Reeves y Carson habían acordado alternar dos años de escritura que no se llevarán a cabo para él, y ahí empieza lo que después se convertirá en el funcionamiento de la relación: son dos amigos que llegan a acuerdos, en los que uno de los dos amigos cede —y este acostumbra a ser siempre Reeves. Para Carson, su marido es su doble, pero en bondadoso. Clarice Lispector decía que un escritor debía llevar una vida casi burguesa, porque su tarea le supone demasiado esfuerzo y dedicación, y en esta pareja de buenos amigos, uno malo y otro bueno, la burguesía intelectual sale a flote, y Reeves llegará a quejarse de que Carson descuida la casa: algo inusual para una mujer. También era inusual en una mujer la vestimenta y el comportamiento de Carson, y todo aquello que le pareció simpático cuando la conoció se le volvió en contra. Como dice Josyane Savigneau en la biografía de CIRCE, «en ese matrimonio, el escritor es ella». 

Carson y la sexualidad

Su ambigüedad no era solo física, y no solo desconcertaba por su nombre masculino y su manera de comportarse: también sexualmente se ha dudado de ella. Aunque muchos afirman rotundamente que era homosexual y otros todo lo contrario, la sensación que se tiene tras leer con detenimiento su vida es que Carson amaba la belleza (una belleza subjetiva, no física) y el talento, y no le importaba si el poseedor de ambas cualidades era un hombre o una mujer. El sexo, en sus novelas, siempre está ligado a la vergüenza, a la repulsión, a la perfidia y a la violencia, escribe su biógrafa, y no se descarta que el amor que sentía Carson por ambos sexos fuera un amor infantil, inocente. Así, aparecen esas mujeres-fantasmas, esos amigos imaginarios conseguían desestabilizar al matrimonio; entre ellas, Katherine Anne Porter, Erika Mann o Annemarie Clarac-Schwarzenbach.

Reeves  y Carson McCullers. Foto: Cordon Press.

Reeves y Carson McCullers. Foto: Cordon Press.

Finalmente, los McCullers dejan de ser marido y mujer, pero quedarán para siempre unidos, porque en algunas parejas la separación les une más que la convivencia, como en el caso de Carson y Reeves. Había una atracción que los repelía y los reclamaba constantemente, y Carson amó siempre a Reeves aunque es más que evidente que no eran compatibles. Pero entonces ocurre lo impensable: que el marido se convierte en el teniente McCullers y desde el centro de entrenamiento Camp Forrest le escribe una carta absolutamente tierna a Carson, que pronto adoptará con placer el rol de esposa de la guerra, de esperante. Precisamente porque en la distancia no deberán convivir, Carson y Reeves vivirán a través de la correspondencia un amor indestructible, tierno y puro, que no quedará manchado y roto por la vida diaria. En las cartas, Reeves es un hombre dócil y atento, dispuesto a hacer por Carson todo cuanto ella desee: parece que sí, que es el gemelo bueno, frente a la caprichosa y adolescente Carson. Esa es la imagen que muchos de los que la conocieron tienen de ella, que es la actitud un poco insolente pero sensible que tiene Frankie en la novela; Carson, además, debe combatir no solo contra su excesiva personalidad, sino también contra su enfermedad, que no la abandonará hasta el día de su muerte. Pero el narrador y la escritora están enamorados uno del otro, y Reeves conoce «ese pájaro salvaje que a veces se adueña» del corazón de Carson y la respeta y la acompaña, y es mucho más fácil ahora acompañarla, desde el ejército. Carson y Reeves vuelven a casarse, y cuando le preguntan a él por qué vuelve a hacerlo, dice que se ha casado de nuevo con ella porque cree que todos son abejorros, y que Carson es la reina de las abejas.

Iluminaciones, fulgor nocturno

Aunque esos dictados parecen magia, lo cierto es que Carson es una trabajadora incansable y una lectora voraz. 

He hecho un pacto conmigo misma: tener acabada esta monstruosa historia el 15 de marzo. Esta mañana he estado trabajando varias horas. Pero es ese tipo de trabajo que el menor patinazo puede estropear. Algunas partes las he corregido al menos veinte veces. Tengo que acabar pronto y sacarme esto de la cabeza, pero, al mismo tiempo, tengo que conseguir que sea algo hermoso, muy bien hecho. Pues, al igual que para un poema, esa es su única justificación. Desde este punto de vista, la lectura de Henry James es un tanto desalentadora. […] Yo pensaba en lo muchísimo que le debo a Proust. No ya porque haya «influido en mi estilo» ni por nada similar, sino por la dicha de saber que existe algo que uno siempre puede tomar como referencia, un gran libro que jamás perderá su esplendor, que, por muy familiar que resulte, por mucho que se relea, jamás parecerá aburrido. (Carson McCullers)

Carson extrae material literario de sí misma, y su propio tejido emocional, tan variado y con tantos matices, consiguen perfilar a los personajes que habitan en sus cuentos y novelas. Si se lee la biografía después de haber disfrutado de toda su obra, se irán encontrando por aquí y por allá constantes referencias a su propia vida: el amor por la música, el alcoholismo, los sentimientos que Reeves despierta en ella, su propia transformación en otra persona en la madurez. Todo forma parte de Carson y de su obra, y por eso gran parte de lo que la escritora fue aparece en sus personajes. Su hermana Rita afirma que, «de todos los personajes creados por Carson McCullers, el que, según sus padres y amigos, se le asemeja más es Frankie: adolescente vulnerable, tan exasperante como atrayente, siempre en busca de su “nosotros”».

Enfermedad

Foto: Cordon Press.

Foto: Cordon Press.

Pero todo cuanto Carson puede ser queda anulado por su enfermedad, que le impide ser, para bien y para mal, todo lo que desea ser. Lo más importante: le dificulta la escritura y en más de una ocasión siente que su propia cura debe pasar por avanzar en su historia, pero se ve incapacitada físicamente. La frustración y la desesperación que despierta en ella la enfermedad es más de lo que Carson puede aceptar. Necesita crear, y hacerlo con cierto nivel, utilizar todo su talento para su obra, pero el dolor la paraliza demasiado. El final de su vida queda demasiado marcado por esta circunstancia, que todos ven como espectadores. «El dolor prácticamente jamás se apiada de mí», escribe Carson, y en 1948 intenta suicidarse cortándose las venas. Queda ingresada en un centro psiquiátrico que la destruye, porque su médico considera la escritura una neurosis en sí, pero McCullers se niega —renegar de su condición de escritora sería como hacerlo de su identidad. Entre ella y quienes la rodean intentan creer que la enfermedad es psicosomática, y en realidad, ojalá lo hubiera sido.

Carson deberá volver a familiarizarse con los hospitales tras sufrir un aborto natural, aunque en su autobiografía se empeña en culpar a su madre, que la obliga a deshacerse de un hijo. No se sabe muy bien por qué Carson tendía a inventar parte de la realidad, qué conseguía con ello, ni en qué medida era consciente de su mentira, o si era su manera de combatir su propia circunstancia. En cualquier caso, no deja de haber versiones y versiones sobre un mismo hecho, incluso sobre su relación con Reeves hay una manera fría de contar, en cartas, sus sentimientos, mientras sus hechos se empeñan en contradecirla o, cuanto menos, poner en cuarentena su verdad. Pero, a pesar de todo, y con todo me refiero a su mala salud, Carson continúa adelante y concentra toda su energía en su obra: en los guiones de sus novelas, en su éxito, en las opiniones de los demás. Odiada y admirada, siempre. Sin investigar mucho, por autores como Arthur Miller, que dice haber leído y disfrutado de algunas de sus historias pero no recuerda ningún título: era, bajo su criterio, una autora menor y por eso le dedica su indiferencia y su mala memoria. Era experta en despertar animadversión, lo cual hacía que su talento fuera, para los demás, algo molesto. ¿Por qué iba a ser tan complicado admirar a Carson siendo un conocido suyo, sino por lo que opinaban de ella como persona y no como escritora? La pequeña Faulkner no deja de ponerse trabas, y los demás aceptan estas trabas para no tener que reverenciar el excelente trabajo que lleva a cabo, el gran retrato que hace de la sociedad sureña.

Confío en que sus futuros biógrafos no pretendan hacerla pasar a la posteridad toda vestida de blanco o con una aureola. Carson era una perra, y no quiero que aparezca como un ángel. (Robert Walden)

Todo cuanto yo pudiera decirle acerca de ella podría ser negado por cualquier otra persona, y ambos testimonios serían igualmente ciertos. Carson era el ser más angelical del mundo, y al mismo tiempo el más infernal, el más odioso de los demonios. (Arnold Saint Subber)

En la salud y en la enfermedad

Carson quiere ser capaz de escribir, sin embargo, «tanto en la enfermedad como en la salud pues, de hecho, mi salud depende casi completamente de mi posibilidad de escribir». Después de que en 1953 Reeves se suicide en un hotel parisino, y teniendo en cuenta que la enfermedad y la parálisis del cuerpo le impiden tener vida más allá de la escritura, Carson pone un único objetivo en su vida: seguir creando para seguir sobreviviendo. Así, las últimas páginas de su biografía giran en torno a la figura de su médico, Mary Mercer, y sus dudas sobre si amputarse la pierna inválida o no, sobre su dolor y su literatura. Al principio decía que la calidad de Carson McCullers es incuestionable y lo sería aunque hubiera sido una persona sana, pero además no lo fue. El 15 de agosto de 1967, Carson sufre un nuevo ataque cerebral: después de superar un cáncer de mama y de más operaciones de las que cabe imaginar, finalmente McCullers entra en coma. El ataque le ha paralizado todo el lado derecho, es decir, el bueno, y sabiamente su cuerpo decide no despertar más a Carson: sin el lado bueno, todo su cuerpo, dispuesto para la escritura, le resultará inútil.

Carson era justo lo opuesto una persona suicida. Lo opuesto a una mujer quejumbrosa, autocompasiva. Era… sí… una escritora magnífica, un ser magnífico. Una naturaleza. Una persona. Eso es lo que hay que comprender. (Mary Mercer)

 
 

Party animals

COSAS QUE LA NOCHE ESCONDE

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Por Eduardo Boillos

¿Running nocturno al ritmo de música electrónica? Una combinación que tiene tanto de chocante como de sugerente, y que llega por fin a España: se trata de #RunTheParty, una carrera de 5 km en un ambiente de fiesta, música y solidaridad, con juegos de luces, actuaciones musicales y complementos de neón.
Esta iniciativa internacional ha elegido Barcelona como la primera ciudad europea y española donde se celebrará, bajo el eslogan ‘The definitive night running experience. Run It, Feel It, Share It’. 

Al cruzar la meta, los corredores se encontrarán con el escenario principal donde podrán celebrar su propia victoria y disfrutar de una fiesta con un line up de DJs nacionales e internacionales que amenizarán la fiesta con estilos de música que irán del house a la música progresiva, y del electro al tech.  

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El evento será el próximo 4 de octubre en el Parc del Fòrum, y después está previsto que llegue a otras ciudades como Madrid, Valencia, Ibiza y Bilbao. Además del deporte y de la fiesta, detrás de #RunTheParty hay también un objetivo social: donar el 10% del total de la venta de entradas a organizaciones benéficas.

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Lolawolf

LOLAWOLF

Zoë Kravitz, Lily Allen y A$AP Rocky de fiesta

Por Nadia Leal

Aunque sirva de reclamo y nos llame la atención que la vocalista de este grupo sea la hija de Lenny Kravitz, esta banda, o trío musical de R&B, lo forman además de ella James Levy y Jimmy Giannopoulos.

Zoë y Jimmy eran vecinos en Nueva York y comenzaron el grupo por diversión. James se unió para ayudarles con una canción y, al tocar los tres juntos, se dieron cuenta de que tenían que hacer algo más, sin ninguna pretensión pero sí algo profesional.

El grupo Lolawolf al completo

Portada del álbum Calm Down

Lolawolf tocando en directo en Nueva York

Lolawolf tocando en directo en Nueva York

A finales del año pasado publicaron el primer disco del grupo llamado Calm Down. De una forma completamente inesperada, este álbum les ha posicionado como una de las mejores bandas emergentes del momento ya que con su synth-pop con toques R&B, que bebe de influencias de los 90 como Aaliyah o TLC, demuestran mucho talento y frescura.

Cartel de gira por UK con Lily Allen y Fryars

Cartel de gira con Miley Cyrus por Australia

Cartel de este verano con Lily Allen

El cantante Drake con Zoë Kravitz

Tanto es así que han sido teloneros en varias ocasiones de Miley Cyrus, además de acompañarla en su tour por Australia, y este mes de noviembre están de gira con Lily Allen y Fryarspor todo Reino Unido.
Acaban de estrenar su nuevo videoclip del single Calm Down y si este te gusta, echa un vistazo a los anteriores como AYOSummertime Wanna Have Fun.

lunes, 24 de noviembre de 2014

La sagrada vulva andina que hace libre a las mujeres


La sagrada vulva andina que hace libres a las mujeres

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Fotografía cortesía de www.vulvalucion.org.

Un grupo de artesanos de un poblado a las afueras de Lima se dedica a coser vulvas que se utilizan como herramientas de educación sexual y que son el germen de un empoderamiento de la mujer en la región y en otras partes del mundo.

Se oye el sonido de una máquina de coser en una de las casas de Manchay, en las afueras de Lima, en Perú. Y hemos puesto casa en cursiva no por un error, sino porque cuesta denominar como tal a esta humilde morada situada en este asentamiento urbano que no sale en las guías de viaje. El único momento de gloria de los habitantes de estos cerros en los que se apiñan construcciones variopintas, unas de madera, otras de uralita, tuvo lugar cuando se rodó allí la película La teta asustada, galardonada con el oso de oro en el festival de Cine de Berlín de 2009. 

Después, Manchay dejó atrás el ambiente festivo de saberse escenario de un film y este secarral polvoriento volvió a su rutina: tráfico de camiones, un sol justiciero, niños que van a la escuela (algunas incluso con internet)… La civilización, poco a poco, va llegando y en la actualidad, algunos de los cerros cuentan con agua corriente y luz eléctrica. Bendito desarrollo…

Pero volvamos a la máquina de coser. Dionisio Ramos cuenta con dos herramientas básicas para su trabajo, la máquina de coser y un móvil con el que toma nota de los pedidos que le llegan. Aunque habría que decir que las verdaderas herramientas de este hombre, que en el pasado fue sastre, son sus manos. Dionisio es el cabeza de familia de un clan formado por otros dos miembros, su mujer y su hija. En Manchay hay asociaciones de mujeres tejedoras, aunque lo que Dionisio cose no son faldas o jerseys al uso. De hecho, los artículos en los que se afana le han costado muchas bromas, incluso él mismo los rechazaba al principio. Decía: «Yo no quiero hacer más esta cochinada». Y cochinada, era el apelativo con el que denominaba a las vulvas que su familia se dedica a coser. Han leído bien: vulvas, y no vayan a creer que los Ramos tienen en Manchay un laboratorio clandestino de cirugía genital. En absoluto. Lo suyo es coser, con todo arte y colorido, las llamadas Vulvas Dolls, una especie de marioneta, de títere, que reproduce, a la perfección, el órgano genital femenino. Moradas, otras de tejidos andinos, rosas para las niñas que acaban de tener su primera menstruación, de seda y terciopelo, con una pequeña rosa representando la uretra y un delicado botón haciendo de clítoris…. ¡Quién le hubiera dicho a Dionisio que sus manos iban a acariciar tantos y tan delicados órganos femeninos!

La historia de las vulvas títere, que se vienen utilizando como instrumento de educación sexual, una forma como cualquier otra de enseñar a las mujeres cómo son sus genitales, se inicia a finales de los ochenta con la educadora sexual norteamericana Dorrie Lane. Ella diseñó la primera y empezó a utilizarla con sus propios hijos, un chico y una chica: hasta ese momento se había servido de libros y documentales, pero el intercambio con sus chicos fue mayor y las conversaciones fueron más espontáneas cuando tuvieron la vulva de por medio. Después, empezaría a usarla en sus cursos y la aceptación fue tal que sus colegas empezaron a reclamarle otras. Lane se dedicaba a confeccionarlas manualmente hasta que las cantidades solicitadas se le empezaron a ir de las manos y entonces entró en contacto con la gente de Manchay, en Perú. Por aquel entonces pululaban por el poblado unas chicas con tintes feministas, que fueron las encargadas de poner en marcha los talleres para diseñar las vulvas. Eso fue en 2005: «Reclutamos a las interesadas en formarse y montamos los talleres, financiados inicialmente con microcréditos de diez mil soles, unos dos mil quinientos euros», comenta Elizabeth Cabrel, una de aquellas chicas feministas que hoy sigue llevando el proyecto adelante a través de www.vulvalucion.org/.

Primero, confeccionaban únicamente vulvas. A partir de 2007, diversificaron la producción hacia otros artículos, como joyas de plata en las que reproducen la vulva en anillos, pendientes, colgantes… Así, la visibilización era aún mayor. «Los artesanos reciben un justo pago por su trabajo, es comercio justo y con él mantienen a sus familias», comenta Cabrel. Estas familias han podido salir a flote gracias a las vulvas pero aún así, muchas de las mujeres del poblado se resisten a hacerlo: el sexo es tabú en muchos países de Latinoamérica, y si hablamos en femenino, más aún.

Fotografía cortesía de www.vulvalucion.org.

«Los Ramos enseñan a coser a sus vecinos, les enseñan a hacer el llenado de la vulva, el cosido, pueden estar dando trabajo a unas cinco mujeres», dice Cabrel. Las vulvas peruanas salen con destino Europa, Australia, Japón… Psicólogos y sexólogos, que las utilizan en sus consultas, son sus principales compradores. 

Dionisio se afana sobre el próximo diseño: recorta las telas, hace los moldes, el remallado, que es la costura de seguridad inicial necesaria para que la delicada tela no se deshilache. El relleno (las telas utilizadas vienen de Perú) se hace con napa de silicona, una fibra muy fina. Aproximadamente —dedica una hora y media a cada una y en total— habrá fabricado unas dos mil. 

Algunas de las parejas artesanas se han mudado a otros países, donde a buen seguro siguen transmitiendo su saber hacer, y el proyecto ha encontrado hueco en otras latitudes, como por ejemplo, en Australia, donde Laura Doe Harris ha fundado el proyecto www.yoni.com, a través del cual también comercializa sus propias vulvas. «Hay muchas mujeres vulvalucionando el mundo, nosotras en Perú no somos más que un granito de arena», explica Cabrel. 

Y es que estas vulvas no son solamente una herramienta de educación sexual, sino una forma de tomar conciencia del cuerpo y de empoderar a las féminas, algo más que necesario en según qué países. «Muchas nunca se han mirado la vulva, no te puedes imaginar la cantidad de mujeres mayores de cincuenta años que nunca han tenido un orgasmo», comenta. 

El sexo sigue siendo visto como algo sucio, mucho más si la que lo reivindica es una mujer. Otras no han oído ni siquiera hablar de lo que significa placer, de ahí la importancia de lo que estas chicas están haciendo: empoderar a la figura femenina. «Cuando empezamos, de las cuarenta mujeres que se mostraron interesadas en los talleres, muy pocas acabaron cosiendo la vulva. Lo ven como algo malo, vulgar. La gente se avergüenza de la vulva, a pesar de que venimos de ella», añade. «Existe mucho conservadurismo religioso y en Perú se sigue necesitando educación sexual. Es una labor que no hace el Gobierno, esta información no llega a las escuelas, allí donde interviene la Iglesia no se permite un protocolo de educación sexual», explica.

Liz afirma que en Centroamérica (Nicaragua, Honduras..) el tema está aún peor. «Pero este tema de empoderamiento con la vulva, por ejemplo, se está desarrollando muy bien en Argentina, Brasil», continúa. 

Desde 2009, Liz, junto a otras compañeras, lleva a cabo talleres de mujeres y salud sexual, Musas Perú, por toda Latinoamérica e incluso se ha publicado un libro, Yo amo mi vulva, en el que mujeres de diferente edad permiten retratar sus vulvas y cuentan cómo han vivido la sexualidad a lo largo de sus vidas. Con algunos textos que ponen los pelos de punta: «He pasado por muchas intervenciones quirúrgicas. Desde una de esas operaciones ya no pude tener relaciones sexuales con mi esposo, con penetración. Quise que me solucionara ese problema pero el médico que me atendió en el seguro social se burló cuando le conté que la razón era porque me dolía mucho cuando tenía relaciones sexuales. Él dijo: “¿Qué, acaso usted aún tiene relaciones con su esposo?”». 

Y es que, como reconoce Liz, el empoderamiento lleva tiempo, no tiene lugar de la noche a la mañana, pero no cabe ninguna duda de que el movimiento iniciado por la sagrada vulva andina de tela, como se la conoce por estos lares, es ya imparable.